La rivalidad entre el colectivo de ingenieros y el de arquitectos es como un ballet entre la funcionalidad y la estética. – Artículo de David Pedrerol, Indus para Fulls d’Enginyeria.
La histórica rivalidad entre ingenieros y arquitectos ha sido el escenario de una danza compleja, una sinfonía entre dos disciplinas que, aunque comparten el objetivo de construir el mundo que nos rodea, a menudo se encuentran en visiones divergentes. Esta rivalidad, lejos de ser un obstáculo, ha sido una fuerza impulsora que ha dado lugar a algunas de las obras más notables e innovadoras de nuestra arquitectura e infraestructura.
De hecho, si retrocedemos unos cuantos siglos en lo que se refiere a la edificación, esta separación entre ingeniero y arquitecto no existía. Era la misma persona la que lo resolvía todo. Con los años, y la especialización, se crearon los dos bandos; unos que en general tienen como objetivo la optimización de todo, y los que la apariencia es muy importante.
Divergencia en el enfoque
Una de las principales causas de la rivalidad radica en el enfoque inherentemente diferente que tienen ingenieros y arquitectos ante un proyecto. Mientras que los arquitectos se deleitan en la creación artística y conceptual de edificios, los ingenieros se sumergen en el mundo de la funcionalidad y la seguridad estructural. Esta divergencia puede generar fricciones, ya que los arquitectos pueden sentir que sus visiones son coartadas por las restricciones pragmáticas de los ingenieros, mientras que estos últimos pueden ver que los arquitectos no siempre tienen en cuenta las limitaciones técnicas y económicas de sus diseños.
Esta tensión, no obstante, ha llevado a muchos a verla como una oportunidad para la creación de equipos más fuertes, donde la diversidad de enfoques se convierte en una fuente de enriquecimiento mutuo. Las soluciones más exitosas suelen surgir cuando estas dos perspectivas aparentemente contradictorias se fusionan con armonía.
La colaboración como clave
A pesar de las diferencias, la colaboración entre ingenieros y arquitectos es inevitable y vital para el éxito de un proyecto de construcción. Ambas disciplinas deben entender que la comunicación efectiva es el fundamento de la resolución de diferencias. La comprensión mutua de las limitaciones y objetivos de cada una de las disciplinas puede conducir a soluciones más equilibradas, donde la forma y la función se convierten en aliados en lugar de rivales.
La competencia creativa como motor de innovación
La rivalidad también ha sido un impulso hacia la innovación. La competencia por destacar en el mundo de la construcción ha inspirado a ingenieros y arquitectos a buscar soluciones creativas y tecnológicas que redefinan el panorama arquitectónico y estructural.
Históricamente, algunas de las obras maestras más impactantes han surgido de desafíos y competiciones entre estas dos profesiones. La Sagrada Familia de Barcelona, con su arquitectura monumental y las soluciones estructurales innovadoras, es un testimonio de cómo la rivalidad puede llevar a la excelencia.
La necesidad de equilibrio
En conclusión, la rivalidad entre ingenieros y arquitectos, lejos de ser una batalla interminable, debería ser vista como una simbiosis necesaria. La danza entre la funcionalidad de los ingenieros y la estética de los arquitectos es lo que da lugar a ciudades fascinantes e infraestructuras que combinan la eficacia con la belleza. La clave radica en encontrar un equilibrio entre las dos disciplinas, ya que esta unión es la que da vida a nuestros entornos construidos y define la manera en que vivimos y experimentamos el mundo que nos rodea. Sin embargo, algunos se empeñan en mantener a raya las competencias de unos y de otros, y hasta menospreciando las capacidades y habilidades de cada disciplina… Y esto no va de si eres del Barça o del Madrid, donde difícilmente cambiarás de equipo y la rivalidad es evidente por ser en qué se han de enfrentar tanto si como no, sino que somos (y permítanme una analogía de mi tierra) como una colla castellera, donde cada elemento es necesario para hacer el castillo sin pensar si la piña es menos que el folre o las manillas.